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lunes, 27 de julio de 2009

La Penitencia y la Conciencia



Se tiende a pensar en la Edad Media como en un periodo lejano tanto en el tiempo como en el espacio (ocurrió en Europa, muy lejos de nuestra nativa América). Una época llena de románticos caballeros que mataban dragones y rescataban princesas, pobres y harapientos campesinos o de hoscos y brutales guerreros combatiendo tanto a las órdenes de oscuros y tiránicos nobles como de obispos y abades igualmente oscuros y tiránicos. Un mundo distante que en nada se conecta con el nuestro, ¿pero será esto real?

En este breve ensayo intentare abordar esta pregunta desde un enfoque pocas veces mencionado, el del desarrollo de las conductas psicológicas.

El hombre medieval es, sin lugar a dudas, eminentemente religioso, pero no hay que engañarse. La Iglesia se ha esforzado por cristianizar a una población analfabeta y muy ligada a sus costumbres ancestrales. Esta cristianización es, por tanto, superficial. Tanto los campesinos, siervos artesanos, así como los guerreros medievales viven su esperanza de salvación confiado en los méritos y las oraciones de monjes y sacerdotes, la religión es por tanto un fenómeno más bien externo, expresado en ceremonias y ritos y en donde, en caso de pecados que puedan conllevar el infierno siempre estarán disponibles dos grandes ayudas, la del confesor, monje o sacerdote y su manual de apoyo, el penitencial. Estos penitenciales o manuales de confesores operan como verdaderas “tablas de pecados”, asignándole a cada tipo de pecado una pena o penitencia preestablecida. Pero en el lapso de tiempo que va más o menos desde el año 1000 hasta el siglo XIII esta realidad va a comenzar a cambiar.

Desde mediados del siglo IX y a través de un largo proceso la fe comienza a espiritualizarse en la vida del hombre medio, más allá de los muros de monasterios, conventos y abadías convirtiéndose en algo interno, personal. Este cambio va a impactar fuertemente en las formas de la confesión. De realizarse en una ceremonia pública y a viva voz ahora se realiza en forma privada y hablando casi al oído del monje o sacerdote. Pero se produce un cambio aún más profundo e interesante. Si antes los pecados se miden en base a un manual o tabla –los penitenciales- ahora lo harán tomando en cuenta no solo el acto en sí, sino que también la intencionalidad del acto. Si el confesor de antaño solo preguntaba por hechos concretos, el actual deberá buscar discernir la real intención que estuvo detrás de la acción. Debe ayudar a sus parroquianos a sondear sus propias intenciones, las bases de sus propias acciones, (lo que los católicos en la actualidad llamamos un "examen de conciencia"). Nace lentamente un rasgo propio de la psicología del hombre en la actualidad, la introspección.

Podemos definir de una manera muy somera a la introspección como la capacidad reflexiva del sujeto que le permite conocer sus propios estados mentales y viene de las expresiones latinas “intro” o dentro y “spectare”, mirar, es decir, mirar hacia adentro. Pero este cambio no llegó solo. Si la intencionalidad de los actos podía modificar su penitencia aquí en la tierra, ¿no podía también influir en el resultado definitivo en el más allá?, ¿Qué ocurría con aquellos que habiéndose arrepentido y confesado sus pecados morían antes de cumplir totalmente con sus penitencias?. ¿Es que no había más que cielo e infierno en la otra vida?. Los teólogos y tratadistas de fines del siglo XII responderán a esta pregunta con una tercera alternativa, el purgatorio.

El purgatorio aparece como un lugar de purificación en donde aquellas almas que aún cargan con muchos pecados veniales (es decir, aquellos menos graves) o las de aquellos que han muerto sin terminar de cumplir sus penitencias por pecados mortales (aquellos más graves como matar o adulterar) o incluso las almas de aquellos que aún cuando no confesaron sus pecados se arrepintieron sinceramente de ellos antes de morir, deben soportar el tormento de los demonios, a lo más, hasta el día del juicio final, para luego, purificadas, entrar en la gloria del cielo.

En la mentalidad del hombre medieval de antes del siglo XII el infierno se divide en dos partes. Un “infierno de arriba” en donde son atormentadas las almas de aquellos que, aún mereciendo ir al infierno no lo hicieron por pecados tan graves, mientras que en el “infierno de abajo” deben pagar sus culpas las almas de los peores pecadores sometidos a tormentos aún peores que los de sus vecinos del nivel superior. Es justamente este “infierno de arriba” el que a lo largo de estos casi 300 años terminará convirtiéndose en el purgatorio, lugar de castigo ya no eterno sino que temporal, y del cual, además, se puede salir antes gracias a la intersección de las oraciones de los vivos además de la mediación de algún santo o de la Virgen María.

Concluyo este pequeño escrito con una breve reflexión. La capacidad de introspección es para nosotros algo tan natural que no concebimos con facilidad que no fuera la norma en otro tiempo, menos aún que su origen este dado por una lucha que tan poca importancia suscita en muchos hoy en día. La lucha entre Dios, creador y principio del bien por excelencia y el demonio, criatura rebelde y encarnación del mal. En cuanto al infierno y el purgatorio aún hoy son ocasión de polémica entre las diversas facciones del cristianismo occidental, aún si bien la existencia del infierno es casi universalmente aceptada, la versión que del mismo tienen las distintas iglesias cristianas presenta marcados contrastes. En cuanto al purgatorio, es rechazado casi de forma unánime por las Iglesias Evangélicas y Protestantes, en contraposición a la Iglesia Católica, quién reafirma con fuerza su existencia. En ambos casos las disputas son fundamentadas con argumentos teológicos, pero casi sin considerar la génesis de su existencia en la mente de aquellos hombres y mujeres que, de manera silenciosa y desintencionada ayudaron a dar vida y forma al mundo que conocemos y en el que vivimos nuestro día a día.


Bibliografía:

Le Goff, Jacques. La Bolsa y la Vida. Gedisa editorial. Barcelona, España. Tercera reimpresión 2003.

Le Goff, Jacques y Otros. El Hombre Medieval. Alianza Editorial. Madrid, España. Tercera reimpresión 1999.

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